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Perder un espacio, en el laberinto sangriento que usurpa las tinieblas de las distancias del alma.

Saborear las mieles de los venenos quejumbrosos, que recorren las copas sobrantes de las lágrimas transitarías en las estepas.

Morir en las diagonales de las sombras opulentas, pragmatizadas en los pliegos ironizados de las fácticas estancias gubernamentales.

Desaparecer de las miradas prejuiciales, en las constelaciones somnolientas de los taciturnos espíritus que pululan en las cirugías tranversicas.

Vivir, cómo los cipreses plantados en las arenas movedizas de los pantanos, escondidos en las lagunas mentales de los no recuerdos.

Sentir cada átomo atravesándote el cuerpo, cómo la nada y el todo.

©® César Gorín